Huelga en la terminal de Barra Funda. Una de las más importantes en el transporte de San Pablo, donde convergen el Metro, los buses a diferentes partes del país, los internos de la ciudad y el sistema de tren. Foto:Juliana Recalde Quintero
Una metrópolis de Brasil para el mundo, una capital del globo terráqueo que impresiona con sus cifras monumentales de habitantes, que la hacen sin duda una de las ciudades más pobladas del planeta.
Multinacionales e importantes centro bancarios tienen filiales de confianza en la ciudad del Santo Pablo; no son la excepción las grandes casas de moda que abren su tienda o expanden su mercado en esta urbe de Suramérica.
En esta ciudad se vive como si el día de hoy fuera el último, todo a prisa; una carrera contra el tiempo. Esto lo confirman los insectos de astas metálicas que merodean los cielos de La Avenida Paulista o de otra arteria del centro de la ciudad para dejar a algún millonario que prefirió evitar el tráfico desde su lujosa mansión a las afueras del hormiguero humano para cumplir su cita con la ostentación y el poder.
Se vive la esperanza en las calles, se confía en el auge económico de un país que aunque lo niegue es también tercermundista; a lo mucho puede considerarse que está en vía de desarrollo. Los brasileros y sobre todo los paulistanos (personas nacidas en San Pablo, capital del estado de Sao Paulo) también son latinos, latinoamericanos a decir verdad. Se hace esta aclaración porque muchos de ellos llaman a colombianos, peruanos, bolivianos y hasta a argentinos de “latinos”, cuando ellos sin duda en su esencia también lo son.
Pero San Pablo no solo colapsa día a día en materia de intelectualidad o formación básica de conceptos primarios de geografía o historia como lo demuestra el confundir si Colombia queda en Italia o de preguntar: ¿Bolivia en qué país queda?, errores recurrentes de muchos paulistanos que en broma o en serio deja muy mal parado su concepto de formación elemental.
Volviendo al colapso de esta gigante del continente del sur de América, y dejando de lado la parte conceptual de una muestra de sus habitantes (que por beneficio de la duda no puede ser baremo de todos ellos) si no se puede obviar una por hay problemas básicos de calidad de servicios públicos, incluso en los barrios más acaudalados. ¿Cómo es posible que en pleno 2014 y con la Copa Mundial de la FIFA sobre sus espaldas, en San Pablo si llueve fuerte se queda la ciudad sin luz y hasta el servicio de agua sucumbe por simple decantación?
Es para no creer si se tiene en cuenta los antecedentes de población, de centro financiero, de capital mundial en materia de gestiones industriales, deportivas, culturales y muchas cosas más. Pero lo es y no deja de decepcionar, como tampoco deja de decepcionar la crisis de huelga por inconformismo de una ciudadanía que siente inundada de impuestos, sobretasas e inflación y que no deja de hacer estragos en el servicio de transporte público. Buses quemados son pan de cada día y las campañas publicitarias para evitar ese delito pululan por la ciudad.
Finaliza todo con el tema huelgas, que deja el asunto de transito tambaleando. Si no paran los autobuses, entonces se frena el metro y esto se convierte en la razón principal para que se frenen las industrias y el comercio en una ciudad que ver algo así parece inadmisible. Que hay muchas cosas buenas. De eso no hay duda, solo hay que venir a darse cuenta, pero la idea de este artículo no era alabar el edificio más alto y cercano de la Avenida Paulista, sino por el contrario develar las costuras entre el asfalto y el aluminio de “Sanpa” que afectan a millones de habitantes.
Y que se tenga en cuenta que no se cayó en el texto en los lugares comunes de las favelas, la venta de droga, el soborno, la corrupción y la indigencia; tópicos recurrentes como puntos negros de la ciudad.
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