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Tres finales, cuatro semifinales más, seis eliminaciones a manos de la “fiera” y amo casi absoluto de Roland Garros: Rafael Nadal. Aquella semifinal con Federer en 2011 cuando llevaba una racha de 41 partidos sin perder. Esa otra con Nadal a cinco sets en 2013, y una jugada polémica en la red. Desde 2011 semifinal o final, y aquella sensación de quedarse a las puertas del cielo. Pero una mayoría de crítica y público pensó que no había una oportunidad como la de 2015. Rey imbatible de la temporada de tierra batida, pasando incluso encima sobre su máximo verdugo. En sets corridos y con contundencia dejó afuera al español en la mismísima Philippe Chatrier, al nueve veces campeón en Bois de Boulougne.
Más maduro y con una temporada en arcilla que no dejaba margen de dudas, sustentada en una confianza superlativa, y con la agregada satisfacción de haber llegado a semifinales sin perder sets, incluso derrotando a Nadal en cuartos de final. Pero con Murray en semifinal se empezaron a ver unas diminutas costuras. Después de imponentes dos primeros sets, el serbio imbatible dejó ver que era humano. Cedió el tercer set, y al día siguiente, dada la postergación del partido, la situación se hizo más tensa cuando tuvo que definirse todo en un quinto.
La prueba había pasado, pero aún quedaba lo más importante: salir el domingo, jugar bien, respetar al rival, pero imponerse y ganar. Del otro de la red, el otro suizo, el que ha estado a la sombra del carismático Federer: Stanilas Wawrinka. El mismo que destrozó en la Philippe Chatrier a su sombra, compatriota y leyenda activa del tenis; y que no le permitió a Jo-Wilfried Tsonga, al menos en el 2015, darle la alegría a Francia de ver un nacional nuevamente en la final. El mismo Stan, también llamado Stanimal, o StanTheMan (remoquetes que se refieren a su coraje y actitud) propició una cadena viral en redes sociales, como ese ser capaz de superar a los grandes nombres del planeta tenis, y que volvía a una final de Grand Slam desde el Abierto de Australia en 2014, cuando habiendo eliminado en 5 vibrantes sets al gran favorito del torneo, Novak Djokovic, terminó el trabajo tomando cuenta en la final del siempre arduo y corajoso Rafael Nadal.
Eran varios indicios de uno y otro lado. Eran señales que cualquier cosa podía pasar. Pero la imbatibilidad del serbio en tierra batida este año, junto a sus ansías de triunfo parisino, y la primera vez con poca experiencia en finales del suizo, permitía pensar que más allá de un arduo protocolo, al fin le daría a Djokovic la obtención del Grand Slam en carrera y entrar a esa selecta lista de siete que han hecho posible este objetivo: Fred Perry, Don Budge, Rod Laver, Roy Emerson, Andre Agassi, Roger Federer y Rafael Nadal. Pero la espera continua, sigue haciendo parte de esa lista de 20 jugadores (tanto en la era amateur como en la era abierta) donde se encuentran también iconos del deporte como Pete Sampras, Jimmy Connors, Stefan Edberg, Boris Becker, por citar algunos. Por parte de Wawrinka demostró que tiene todos los méritos de un campeón y que cuando está a plenitud mental puede vencer a cualquiera. Ha dejado de ser la segunda raqueta suiza a ser la primera, dado que desde 2014 cuando ganó su primer Grand Slam, es el último suizo en llevarse un torneo grande.
Por el otro lado, mientras haya vida, hay esperanza. Aquellas lágrimas derramadas en la premiación, aquella sensación de verlo tan cerca y tan lejos, deberán dar nuevas fuerzas. El llanto también hace parte de los campeones. Saber que hay que esperar un año para nuevamente intentar. Cada bola, cada punto, casa set, cada fase, desde el primero juego hasta el último, todo esto con la presión de no haber ganado antes, de ver el polvo rojo e imaginar que hasta que no alce el trofeo seguirá siendo su asignatura pendiente que no lo deja enmarcarse en esa pequeña lista de los más grandes.
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