Mi reloj digital marcaba las 11 y 43 minutos de la noche cuando llegó a Urgencias. Estaba a la espera interminable para que me atendieran una fuerte mialgia. Los otros soportaban en las bancas plásticas de la sala sus dolores no tratados. No había reparado en nadie ni tenía ganas de hacerlo, pero cuando ella llegó con la algarabía me fue imposible, y a todos los presentes, dejar de verla. Solo se oían sus gritos de muerta, porque venía acompañada por una comitiva que la cubría como a una reina, pero era evidente que no era una reina habitual. Cuando su comitiva, que eran dos hombres jóvenes vestidos de jeans y camisetas blancas, y dos mujeres, una mayor y otra con poco más de treinta años, quienes le recriminaban su falta de coraje, se separaron, dieron espacio para ver el vejamen de lo sucedido; la mujer estaba bañada en sangre y un ojo estaba tan cerrado que parecía que tenía un parche; el cabello que hasta horas antes fue de un rubio perfectamente liso, ahora parecían despojos de heno.
La impresión de lo visto calmó mi propio malestar, dando paso a imaginar lo que sentía ella. Me comenzaron las preguntas. Lo primero fue un choque de dimensiones catastróficas, pero reconsideré esa idea cuando la mujer mayor al lado de ella con denuedo le exigía que había que poner el denuncio.
La respuesta de lo sucedido se dio cuando se nombró al inculpado. El accidente que yo creía, no era tal. Los golpes casi mortales en el rostro de una mujer que antes fue bonita se los había dado su novio. Sí… un novio de alcurnia, que perdió los estribos por un día malo en el casino.
—Yo ese día no quería hacer el amor porque me sentía con cólicos, pero él vino todo sobresaltado, queriendo, y maldecía por haber perdido —me dijo María Beatriz 1 unos días después, cuando la contacté por medio de su madre, aquella señora que la acompañaba.
El relato de María Beatriz solo era la punta del iceberg de una realidad que es atroz y que muchas veces se ignora por la complicidad de sus víctimas, las mujeres. Pues al igual que ella, incontables son las mujeres vulneradas en Colombia y el mundo que prefieren callar.
En 2008 ya había 120 casos de denuncias diarios por algún tipo de agresión, así lo confirmaba la Oficina Técnica de Cooperación (Aecid) de la Embajada de España en Colombia, organismo que hizo el estudio. De esa cifra no hizo parte María Beatriz porque, al igual que muchas, por alguna razón decidió dejar todo en silencio.
Pero el trillado tema de la violencia contra la mujer es mucho más que maltrato físico en las relaciones conyugales. Si bien es cierto que esta agresión representa al menos una cuarta parte de la violación de sus derechos y que cada 18 segundos hay un maltrato contra una mujer en el mundo según investigaciones de Naciones Unidas, no es razón para olvidar los otros tipos de maltrato, que son tan deplorables y que hacen ver esta agresión como un juego de niños. Entre ellos se encuentran la prostitución obligada, la violencia en situaciones de conflicto armado, los asesinatos, las violaciones sistemáticas, la esclavitud sexual, la trata de niñas, los infanticidios, los embarazos forzados y la mutilación genital —la cantidad de mujeres que lo sufren es alarmante: según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP) se calcula que entre 85 y 114 millones de mujeres y niñas, la mayoría de África, Oriente Medio y Asia, han sido sometidas a este crimen contra su integridad física y sicológica—, como los principales vejámenes que completan el cuadro trágico de la violación de derechos contra la mujer. A esto debemos sumarle el maltrato psicológico, la incitación sexual, el manoseo y toqueteo en lugares públicos y apretados, o actitudes morbosas y piropeo descarado, todo esto sin dejar por fuera el acoso por redes sociales o ciberacoso, del cual sabemos que de cada 10 mujeres de la Unión Europea una sufrió algún acoso de este tipo desde la edad de los 15 años, según lo informó en 2014 la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.
Además no es una crisis de clases sociales. Si no cómo era posible que María Beatriz, una mujer de estudios superiores, económicamente independiente, fuese víctima de ello.
—La verdad yo creí que nunca más iba a pasar. Él me lo prometió llorando la vez anterior y yo le creí. Así respondió a la pregunta de si era la primera vez que la golpeaban. Todavía tenía algunos morados en su rostro.
Al igual que ella, muchas son las mujeres que confían en la redención de sus acompañantes, lo confirma Adriana Sánchez, psicóloga, egresada de la Universidad del Norte de Barranquilla, y especialista en relaciones de parejas, quien explica que muchas mujeres son víctimas reincidentes del maltrato porque confían o temen de su pareja. “El miedo al rechazo social por ser vistas como abandonadas, y el miedo por ser acosadas y hostigadas públicamente, hace que muchas mujeres permitan ser maltratadas en privado, siempre y cuando sean vistas como todas unas señoras dignas ante la sociedad”.
Según Sánchez el caso de maltrato físico es lo más parecido al cuento del “lobo vestido de oveja”, porque en primera instancia el hombre reprime sus fuerzas y se hace pasar por un caballero, pero cuando ya tiene una relación estable se apodera de la relación por la fuerza como un verdadero animal incontrolable.
Y es que la violencia física y psicológica va de la mano en muchos casos con el abuso sexual, que causa tanta perturbación mental y requiere un proceso de reestructuración social de la víctima por medio de ayuda profesional. Se tienen datos inciertos en el mundo y en nuestro país porque muchos son considerados como privados y una gran cantidad no son denunciados. Aun así, las mujeres luchan incansablemente por sus derechos. Sabemos por la Defensoría del Pueblo de Colombia que en 2015, hasta el mes de mayo, se habían denunciado 5.243 casos de violencia sexual contra las mujeres, es decir 38 casos diarios.
Según datos de la Defensoría se puede concluir que mucho de estos casos de violencia son un medio de subyugación que usa a las mujeres para imponerse geográficamente en zonas de conflicto armado. Es este el caso de los paramilitares, guerrillas y grupos al margen de la ley, quienes ante la impotencia de conseguir sus objetivos utilizan a la mujer como un objeto de guerra.
Para Sánchez “estas barbaries han sido denunciadas aisladamente y han creado una raíz destructora de la confianza de la mujer hacia el hombre en general”.
En los anteriores casos de abusos, muchas mujeres quedan inermes y sin defensa, pero ¿qué sucede con las que sí pueden decidir?
Para Nereida Lacera, médica sexóloga de la institución colombiana Profamilia, el país aún vive bajo la figura patriarcal y en los hogares aún se educa a las niñas para atender, cuidar y consentir al hombre, dejando de lado su autoestima. A eso le suma que “a nuestras mujeres les falta empoderamiento, tienen poca capacidad de negociar ante las diferencias con otras personas y carecen del potencial”. “Y es que el primer machismo en una sociedad como la colombiana es por parte de la mujer. Muchas veces ellas mismas defienden su suerte por el simple hecho de ser mujeres”, concluye Sánchez.
Pude percibir esto cuando, al mes de lo sucedido, María Beatriz, quien días antes me había jurado denunciar su caso, había cambiado su opinión. Su mamá temía lo peor porque el agresor había vuelto con serenatas, chocolates y con un arrepentimiento que su hija estaba considerando.
Poco después me enteré de que había vuelto con él y su madre estaba muy preocupada. Yo no podía creer que algo así hubiese pasado. Pero lo que me dejó más sorprendido fue la respuesta que ella me dio la última vez que hablamos, casi como si todo fuese una burla: “Si le pasó a Valerie Domínguez y a Rihanna, ahora que no me pase a mí”, refiriéndose a las dos figuras públicas que fueron golpeadas por sus parejas, como si fuera razón de peso para que ella asumiera su situación como algo normal.
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