El García Márquez que conocimos/ emos

Gabriel García Márquez y Víctor Nieto (fundador del Festival de Cine de Cartagena de Indias) Foto: Gonzalo Restrepo Sánchez. 

En este 2017, a cincuenta años de la publicación de Cien años de Soledad y a tres de su muerte, García Márquez sigue estando vivo. De diferentes maneras se conoce a un escritor. Algunos tuvieron la oportunidad de conocerlo en vida. Otros lo conocieron y lo conocen por su obra.


En vida, Gabriel García Márquez hacía muchos años ya era una leyenda; casi una figura idolatrada a los que muchos soñaban con ver, estrechar su mano y el logro máximo si se tomaban una foto a su lado. Antes de él, Colombia era si acaso una nación identificada en el mundo. Hay algunos reportajes de los años sesenta en los que les preguntaban a europeos sobre Colombia, y algunos de ellos si acaso adivinaban que era un país. De sus personajes ilustres poco o nada sabían, si acaso alguno nombraba a Bolívar; otros, a Colón. Una anécdota que contextualiza un poco esto es una que el cronista Alberto Salcedo Ramos revela en su libro El oro y la oscuridad. Esta es en esencia así: García Márquez fue invitado a reunión de colombianos en Madrid, y alguien dijo cuando llegó: “¡Acaba de entrar el hombre más importante de Colombia!”. Entonces Gabo respondió con una pregunta: “¿Dónde está Pambelé?”. Para los que no conocen a este último, se llama Antonio Cervantes “Kid Pambelé”, otro colombiano que resaltó este país en el mapa, al convertirse en una figura del boxeo mundial, ganando el campeonato en la categoría de los Welter junior, en 1972. Lógicamente, aquello que había dicho (si la anécdota es verdadera) era una exageración como la de sus libros, porque, ya desde finales de los sesenta, García Márquez era seguramente el colombiano más reconocido en el mundo. Esto era así desde la publicación de Cien años de Soledad, en 1967.

Por razones puramente literarias se ganó ese reconocimiento. Claro, también tuvo y tiene contradictores, pero todos juntos no le hacían ni le hacen sombra a los que lo admiramos.

También es cierto que la muerte de este icono, uno de los mayores referentes de todo un país en el mundo, fue el cierre total de un ciclo de vida que se fue acabando poco a poco, principalmente después del nuevo siglo. Su elocuencia perspicaz fue perdiendo su frecuencia de otros tiempos. Cada año sus apariciones en público fueron cada vez más contadas y esto produjo que las veces que se le viera, ya fuera, en Ciudad de México, Cartagena de Indias o en cualquier ciudad, causará un aura mística en el ámbito.

De verlo en ambientes donde más se sentía a gusto como en el Festival de Cine de Cartagena o el de La Habana, pasó a ser solo anecdotario de todos lo que alguna vez compartieron con él una conversación en esos espacios, o en otros de índole parecida; que si uno iba a un conversatorio con Juan Gossaín, el reconocido periodista colombiano, no podía dejar de contar sus recuerdos con su gran ídolo; que si la anécdota de Gonzalo Restrepo Sánchez cuando le entregó en sus manos el libro “Gabriel García Márquez y el cine. ¿Una buena amistad?” Y así incontables anécdotas más de barranquilleros, cartageneros, chilenos, franceses, mejor dicho, de personas de cualquier nacionalidad; que esta foto fue en Barcelona, que yo lo conocí en México, cerca de su casa en El Pedregal de San Ángel; que yo apenas lo vi una vez y fue en Cartagena; que yo lo vi a los lejos, él en la otra acera, pero no más; que yo lo vi dos veces, dice un profesor universitario, que hoy se lamenta porque no le quedó un recuerdo fotográfico de esos momentos históricos. Para algunos una foto vale más que mil palabras, pero… ¿quién nos quita lo bailado?

Pero también queda en la memoria de muchos otros el García Márquez no conocido personalmente, pero que por esto no es menos cercano de aquellos que sí tuvieron esa oportunidad. De esos que solo lo conocieron por su obra podría nombra a un polaco que conocí en Santa Marta, que solo se identificó con el Marqués de Casalduero en Del amor y otros demonios. También a una sufrida brasileña que encontró consuelo en la vida de María Dos Prazeres, la de Doce cuentos peregrinos. También, posiblemente, entrarían en esta lista el dominicano, el ruso, el haitiano, el iraní, que no pudo evitar encontrar coincidencias entre un dictador de su país con el dictador plasmado por el Gabo en El otoño del patriarca. Así podríamos enumerar muchos otros que se encontraron en los personajes y en los ambientes recreados por el Nobel.

En esa lista estamos los que nunca lo vimos ni desde lejos en cuerpo presente, pero que nos acercamos más a él mediante sus entrevistas, sus reportajes, sus crónicas. Así lo conocimos un poco más en “La escritura embrujada”, el documental de Yves Billon, o en aquella entrevista de la TVE a mediados de los noventa, o en los testimonios que les rasgó el periodista, también fenecido, Ernesto McCausland. Algunos lo buscamos más que otros en los vericuetos de la Internet y Youtube, para así arrancar algún pedazo de genialidad del colombiano más ilustre. Caminamos cualquier feria de libros usados para encontrar alguna edición “tesoro” del autor; alguna edición que algún necesitado vendió a un librero que se daba el lujo de ofrecerla a altos precios, a sabiendas de la joya que tenía. Qué tal la edición príncipe de El coronel no tiene quien le escriba, qué tal un ejemplar del primer tiraje de La hojarasca. Ah…¿Qué tal encontrarse una de esas?

A veces la dicha de encontrar una joya suya no se daba en las ferias. A veces era en los lugares menos esperados. Así me encontré Cuando era feliz e indocumentado, magullado y destartalo en una olvidada biblioteca de un pariente ignorante. Un coleccionista que conocí me contó que había encontrado en un consultorio de mala muerte la primera edición de Relato de un náufrago, aquel libro que cuando salió ya evidenciaba la otra pasión del hijo ilustre de Aracataca: el periodismo.

Así, en menor o mayor intensidad, cada quien lo conoció a su modo. Cada quien lo puede seguir haciendo. Allí están sus libros, que es su vida después de la vida, allí están sus textos periodísticos, allí sus entrevistas. También están las fotos, las anécdotas, La Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano que creó, la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, de la cual fue fundador. En términos generales, allí está su vasto legado.

Por último, para todos aquellos que solo supieron y saben de él, al leer en la solapa de una de sus obras, que había nacido en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927, o tal vez de 1928. Para ellos también eso está bien: ese fue el García Márquez que conocieron, el que conocemos.

Comentarios