En 1977 el escritor y académico francés Serge Doubrovsky definió su obra Fils con el neologismo “autoficción”. En la contracubierta de este decía que era “una ficción de acontecimientos estrictamente reales”. Desde entonces y aunque la autoficción, en esencia, no nació con Doubrovsky este género ha proliferado en la literatura. En términos más concretos, hoy en día leemos muchas novelas que se escriben bajo la fórmula en la que el protagonista de esta lleva el mismo nombre que el autor, es decir: un pacto de ficción en el que es compatible la identidad de nombre entre autor, narrador y personaje.
Lo anterior, más allá de la importancia del tema en los estudios literarios, lo expreso porque la autoficción ha traspasado el mundo literario, y me refiero no solo que ha llegado al campo cinematográfico, teatral, y en general a cualquier expresión del arte, sino que ha llegado, paradójicamente, al mundo al real: a nuestras vidas.
Ahora bien, para la idea que voy a llevar a cabo es importante tener en cuenta que la autoficción en toda obra precisa de la construcción por parte del autor de una imagen propia: su autofiguración: lo que le da vida a ese mundo intersticial entre realidad y ficción. El cómo un autor logre dar pistas que solo sean eso en una novela sobre su propia vida es una de las claves de este género que bien como ya se ha dicho ha pasado del plano literario. Pues bien, tanto lo ha pasado que hoy en redes sociales unos y otros construyen unos mundos editados donde la imagen de la red es considerablemente ajena a la real. Es cierto que nunca una secuencia de fotos, videos y textos representan una vida, como tampoco una novela escrita en forma de memoria, diario o autobiografía representa esa vida del autor que dice yo. Sin embargo la idea de esa construcción de imagen en ambos espacios es la misma. Es así que en diferentes perfiles de las redes la proyección de personas exitosas que viajan por el mundo, se hospedan en los mejores hoteles, comen en los mejores restaurantes, compran carros y disfrutan de las más prestigiosas discotecas es uno de las formas como se autofiguran hoy las personas.
Podríamos citar diferentes identidades construidas. La del religioso que comparte imágenes y mensajes motivadores, la del oprimido que publica noticias de la crisis económica, política, social y que invita a la movilización, pero que no procede activamente sobre lo que exhorta. Está también los “saludables” (los que se toman fotos en el gimnasio y las publican con mensajes motivacionales) y los (pseudo) intelectuales… y así algunos otros que cada quien puede identificar.
Una pregunta que surge es: ¿Cuántas personas diferencian entre la autoficción de las redes sociales y la vida real? Y sobre esto no importa la red que sea. Si bien cada una de estas tiene sus propias características y herramientas que las diferencian, la posibilidad de autoficcionalizarse (valga el neologismo) en cada una de ellas es justamente el mayor punto en común de todas.
Hoy todos tenemos la posibilidad de ser creadores de nuestra propia imagen de vida. Hoy muchos nos exponemos en las redes sociales. Muchos por decisión propia sucumben a la exhibición, el show y la ostentación en las diferentes plataformas. Hoy ha llegado a todos “El gran hermano” de Orwell; aquel Gran hermano que se veía lejano, poco posible. La autofiguración en las redes procura la aceptación, el reconocimiento, despierta la envidia, el lamento. Quienes todavía no logran discernir totalmente el juego de la imagen construida en el mundo digital están condenado a todos estos sentimientos, producto del confundir, como en una novela de Fernando Vallejo, el personaje con la persona de carne y hueso que ha creado ese personaje.
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