Es verdad que fue despectivo con las mujeres y en especial con las escritoras, a quienes les achacó su poco valor literario a causa del sentimentalismo. Es verdad también que no mostró especial apego por su Trinidad y Tobago, donde nació en 1932; también es verdad que tuvo una egolatría que no le permitía revelar sus influencias literarias, aunque reconoció a Joseph Conrad. También es verdad que arremetió contra la literatura en español y contra el islamismo. Incluso contra Borges.
Sin embargo, y aun teniendo en cuenta lo anterior, V. S. Naipaul se nutrió de la fuente del desarraigo −pues no era de la India, pero tampoco se reconocía como parte del Caribe (en realidad la vida en Trinidad parece más el escenario donde sintió su condición de minoría étnica) y tampoco era inglés– para plasmar en sus libros una realidad descarnada y sin contemplaciones sobre estos territorios que nunca los sintió totalmente suyos. Pues trayendo a colación aquel artículo que escribió Guillermo Cabrera Infante sobre Naipaul, “es un extranjero quien escribe. Tal vez un extranjero en todas partes: un exiliado”.
Y tal vez esa condición de exilio le permitió renunciar a la condescendencia. Su escritura es sin indulgencias; una prosa precisa y descarnada, sin artilugios, desde la que se muestra la complejidad y las miserias de los seres humanos, desde la que se revela un mundo de dolor sin florituras y sin que se negocie el lenguaje con aquello que se llama lo políticamente correcto.
De ahí que Naipaul construyese una historia no oficial de India, de aquella India sucia, y de este telón expresa su fastidio por el sistema de castas, pero también por los andrajosos que defecan en los rieles de los trenes. De ahí que a lo largo de su carrera escribiera más de 30 obras, llenas de fuerte crítica social y política a los países colonialistas. Novelas, memorias, relatos de viajes, que empezaron desde El sanador místico, por aquel año 57, cuando él tenía no más de 25 años, y desde entonces despuntó su relación con su posible verdadera patria: la literatura. Ya en el 61 publicaría Una casa para el señor Wisbas, y a partir de ahí se le empezó a considerar un candidato al Nobel. Premio que le llegaría tanto después, en 2001, cuando muchos ya lo daban como ninguneado por la Academia.
En síntesis y para no alargar más, como despedida a Naipaul y como invitación a lectores que aún no han llegado a sus libros, mis tres sugerencias: Una casa para el señor Wisbas (por retratar a un individuo con sus complejidades y aspiraciones de una cultura colonial poco conocida en Occidente), El sanador místico ( por ser una sátira acerca del ascenso social de alguien proveniente del ambiente rural e hindú de Trinidad) y En un estado libre ( por ser un mosaico narrativo sobre el desarraigo − ganador del premio Booker en 1971 −).
En fin, tres sugerencias de la obra de un escritor que se adentró en el olvido, la perdida cultural y la alienación.
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